El desgaste

Probablemente durante estos días y hasta mediados de mes volveremos a leer intensos textos aquí, en las redes sociales, donde parece que han pasado muchas más cosas que en la calle, sobre el Covid un año después. Cada persona tuiteará, escribirá, como hago yo ahora mismo en este tocho, o compartirá textos en los que se hable de lo que nos ha cambiado la vida desde ese extraño mes de marzo, todo lo que nos ha quitado o nos ha dado. El que tenga otras dotes puede incluso que se atreva con chistes para ponerle humor a la cosa; Y algunos preferirán tirar de sentimiento para crear poesías o canciones para exteriorizar o inmortalizar lo histórico de lo que estamos viviendo y que contaremos a buen seguro a las generaciones que vengan: “Ya está (pongamos el parentesco que sea) con las historietas de la pandemia”. Las batallitas.

Porque sí, esta está siendo una particular guerra de la que estamos tristemente haciendo nuestra propia batalla. Muchos escriben para aprovechar el altavoz en el que se ha convertido la tecnología para pedir ayuda o contar su situación personal, la denuncia social que siempre es útil mientras no se desvirtúe el significado. Pero otros tantos quizá aprovechan que estas redes se leen más en diagonal que de izquierda a derecha para meter con envoltorio de compromiso un discurso de odio, politización, electoralismo, corporativismo o cualquier otra cosa que solo tenga un beneficio particular.

Y lo hacemos en este clima en el que todo nos pesa, en el que nos hemos vuelto más irascibles que nunca, en el que pasamos el día creando (inconscientemente, quiero creer) un discurso que solo fomenta el ataque a quien no piense como yo, a quien no eche la papeleta al mismo que se la he echado yo o, peor aún, a rebuscar en el pasado para lograr un futuro cuando esto nos ha enseñado que solo hay un presente por el que luchar. A buscar, en el fondo, una aceptación del resto del grupo a nuestro mensaje para sentirnos satisfechos. Así de simples somos. Un mensaje del que estamos convencidos férreamente pero que cada vez atufamos más con un argumentario de confrontación; el típico “te falto porque me faltas”; Sí, lo mismo que detestamos ver en la política y que, sin embargo, hacemos a la mínima de cambio en cuanto se nos da la oportunidad. O la mención.

Me niego a aprovechar mi posición en este mundo, en este caso de periodista, para hacer pasar como justificable el odio por mucho odio que vea enfrente o al lado. Con altavoz mediático o cibernético, cada día que pasa se valora menos, de hecho incluso es reprobable ser equidistante.

Y todo mientras nuestros perfiles se llenan de “me gusta” de otros que, claro, bien desde el anonimato o desde un perfil más o menos influyente, aplauden, comentan y, de paso, te hacen una asistencia para fortalecerte el argumento, retroalimentar la idea y dar más bilis para propagarla en el ya intoxicado mundo virtual. Así de triste, así de real.

En definitiva una táctica de desgaste, una guerra de guerrillas que ya se inventó hace unas cuantas batallas, solo que ahora se hace desde los teclados. Nada nuevo.  Y mirad, por ahí no paso. Me niego a aprovechar mi posición en este mundo, en este caso de periodista, para hacer pasar como justificable el odio por mucho odio que vea enfrente o al lado. Con altavoz mediático o cibernético, cada día que pasa se valora menos, de hecho incluso es reprobable ser equidistante. Y eso debería preocuparnos, como profesionales y como sociedad. Me importa poco que esto se comparta o no se comparta, es solo una reflexión, no un posicionamiento. No es cuestión de bandos.

Y para quien esté en el enfrentamiento, una idea: imaginad una conversación con amigos, los de siempre, tomando algo, riendo a carcajadas y prohibiendo de antemano por esas horas temas como la pandemia, la política o cualquier cosa que suene a trabajo, drama, partidismo o bronca. Y decidme que no daríais lo que fuera por tenerlo. Pues eso.

Leave a comment